Carta de la tripulación
Cuando estas líneas lleguen a sus lectores, el nuevo proyecto de Alvaro de Marichalar ya habrá saltado a la luz pública. Y muchos se estarán preguntando, maliciosamente, si una travesía de mas de siete mil millas náuticas que cruza el Atlántico del Viejo al Nuevo continente es tan dura como la pintan, o si no será otro de esos viajecillos frívolos que se organizan entre la farándula para deleite de las revistas del corazón y provecho de los paparazzi. Para los que así piensen, no estará de más leer estas líneas, escritas por alguien que está ayudando a Alvaro completar la etapa más dura de su singladura: la que le llevará al puerto de partida.
En efecto, soy uno de los cuatro chicos, que, desinteresadamente, movidos acaso por una porción de ese espíritu romántico que Alvaro transmite en sus aventuras, le ayudan a poner en pié su empresa. Es esta una tarea poco grata, una labor de carbonero que no pocas veces se topa con la incomprensión, la envidia, y el prejuicio. Pero todos sabemos -y Alvaro, el primero- que sin ella su soñada travesía se quedaría en mero sueño. Y para ese viaje no se necesitan alforjas.
Es precisamente a eso, a llenar las alforjas del viaje de Alvaro, a lo que estamos dedicando parte de nuestro verano los aquí presentes. Llegamos temprano por la mañana, robándole horas a otras ocupaciones, y nos marchamos pasadas las nueve de la noche. Repartimos nuestro tiempo en la oficina entre la confección de la página web, la elaboración de un dossier informativo en varios idiomas y la localización de patrocinadores. El tiempo se nos va volando: si cada día tiene su afán, el nuestro es siempre el mismo y siempre diferente. Unas veces consiste en ilusionar a un patrocinador reticente, otras en encontrar una frase redonda que describa con toda su fuerza la aventura que Alvaro está a punto de emprender. Pero, siempre, el objetivo último es no dejarse vencer por el desánimo; trabajar en equipo, aunque ello conlleve hacer menos y dialogar mas; llegar al mes de octubre con la tarea hecha, para hacer posible que todo, menos los vientos, esté previsto y controlado.
Las jornadas de esta, nuestra particular travesía, son largas. A veces se llega a puerto antes de que anochezca, y a veces no. Mas de una noche le ha tocado a Alvaro quedarse a dormir "a mar abierto": entre el mar de papeles que hoy en día pueblan su despacho, haciendo llamadas intempestivas y mandando mensajes a los cinco continentes, para que el eco de su aventura sea escuchado por el mayor numero de gentes posible. En estas ocasiones en las que la tarea se hace cuesta arriba, es cuando mas claro se advierte que nuestro equipo funciona. El buen humor y el compañerismo imperan en todo momento; ante el "no" de una empresa importante, hacemos una pausa para la comida; ante un mensaje que se niega a ser enviado, nos lo mandamos mutuamente para ver quién es capaz de hacerlo; ante un fallo de todos los ordenadores, nos ponemos a escribir a mano los documentos del día. Todo vale, menos rendirse. Esa es la filosofía que ha llevado a Alvaro a cumplir proyectos increíbles y a batir récords del mundo en su ya larga trayectoria deportiva. Y es la que nos transmite a nosotros con su ejemplo.
Creo que me hago eco de lo que piensan mis compañeros cuando agradezco a Alvaro el habernos embarcado en esta travesía en tierra. A día de hoy, no sé si su sueño de cruzar un océano -que ahora es también nuestro sueño- se hará realidad y dará el fruto esperado, o si por el contrario seguirá siendo una utopía en espera de tiempos y fortunas mejores. De lo que sí estoy seguro es de que el empeño de que esta tripulación está poniendo en conseguirlo no caerá nunca en saco roto, pues lo que hemos aprendido trabajando con Alvaro codo con codo (y lo que él haya aprendido, tal vez, a nuestro lado) es pago suficiente de los máximos esfuerzos.
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