Necesito del mar porque me enseña: no sé si aprendo música o
conciencia: no sé si es ola sola o ser profundo o sólo ronca voz o
deslumbrante suposición de peces y navíos. El hecho es que hasta cuando
estoy dormido de algún modo magnético circulo en la universidad del
oleaje. No son sólo las conchas trituradas como si algún planeta
tembloroso participara paulatina muerte, no, del fragmento reconstruyo
el día, de una racha de sal la estalactita y de una cucharada el dios
inmenso.
Lo que antes me enseñó lo guardo! Es aire, incesante viento, agua y
arena.
Parece poco para el hombre joven que aquí llegó a vivir con sus
incendios, y sin embargo el pulso que subía y bajaba a su abismo, el
frío del azul que crepitaba, el desmoronamiento de la estrella, el
tierno desplegarse de la ola despilfarrando nieve con la espuma, el
poder quieto, allí, determinado como un trono de piedra en lo profundo,
substituyó el recinto en que crecían tristeza terca, amontonando
olvido, y cambió bruscamente mi existencia:
di mi adhesión al puro movimiento.
(PABLO NERUDA)