8 de Junio
Comienzo a navegar a las cuatro y media de la mañana. La mar está en calma y
puedo viajar velozmente entre el canal que separa el archipiélago de las
Islas Vírgenes; bautizadas por nuestros compatriotas navegantes que se
aventuraron por estas latitudes hace cinco siglos. Prosigo a mar abierto
hasta vislumbrar las costas de Puerto Rico. Llamo al barco por radio y me
dicen que están sin combustible y necesitan repostar en Puerto del Rey. Ya
lo dijo ayer Fernando. Como os decía, cuando se alquiló la embarcación,
aseguraron que tenía una autonomía mínima de trescientas millas. Y llevamos
menos de doscientas desde Saint Barthelemy... En efecto, no dijeron la
verdad. Con una autonomía así de limitada, este barco no va a servir para
llegar hasta Florida porque hay largas distancias sin posibilidad de
conseguir carburante. Comunico al barco que no puedo esperar: proseguiré en
solitario las cuarenta millas que quedan hasta San Juan, porque unas
embarcaciones me esperan a las diez frente al castillo de San Felipe, en la
entrada de la bahía. Zarpo solo. También aguardan las Siervas de María. Son
unas monjitas españolas que están aquí desde hace más de un siglo. Tienen la
maravillosa costumbre de recibir a los barcos españoles que llegan a San
Juan, sacando sus banderas de España desde los balcones del convento. La
última vez lo hicieron cuando llegó el Juan Sebastián de Elcano. Pienso y
sueño en todo esto, mientras navego en solitario y en pie rumbo a la capital
de una isla tan española y entrañable como es Puerto Rico.
Sorteando los mil arrecifes y barreras de coral que salpican la mar, por fin
llego a la bahía. A babor, me emociono al ver la impresionante fortaleza
española, que desde mi diminuta embarcación se hace todavía mas colosal.
Varias embarcaciones están esperando. El hermano de Juan y Manolo
(¿recordáis mis amigos asturianos que en Ibiza nos ayudaron tanto?) que está
afincado aquí desde hace tiempo, capitanea la flotilla donde hay muchos
representantes de los medios de comunicación. Tras los saludos nos dirigimos
hacia el interior de la bahía. Enseguida el convento. Y efectivamente; las
madres están en los balcones. Ondean grandes banderas españolas. Mi
sorpresa es aún mayor cuando veo que desde uno de los balcones, cuelga una
gran bandera de Navarra. Yo navego hacia ellas con las de España y Navarra.
Nos saludamos con ilusión. Siento una emoción y alegría indescriptibles.
Es un momento precioso. Doy gracias a Dios por poder estar aquí. Me quedo
un rato saludando a las madres y prosigo a puerto donde me reciben las
autoridades de la isla encabezadas por el Secretario de Estado de Deportes y
el encantador Cónsul de España y su mujer. Inmediatamente después, me
dirijo con Fernando al convento de las Siervas de María para visitar a las
madres. Enseguida entiendo el porqué de la bandera de Navarra en el balcón.
La superiora y dos hermanas más son navarras, y se han enterado que
llegaba desde Roma un navegante pamplonica, en una embarcación de dos metros
y medio. La madre superiora se llama Carmen Urriza y es de Muniain de la
Solana. Las otras son Visitación Gainza, de Estella y Sor Dolores Uriarte,
de Lumbier. Dolores tiene 87 años y una energía y alegría únicas. Lleva en
el convento de Puerto Rico desde 1935. Las madres atienden a personas de
edad en un pequeño hospital dentro del propio convento. Visitamos y
hablamos con las enfermas que me preguntan por la soledad del Océano y
animan a seguir adelante. A las madres, les prometo que en mi escrito de hoy
para el Diario de Navarra hablaré de la emoción que he sentido a su lado
durante las dos horas que hemos estado juntos. Tras rezar todos en unión y
cantar en la capilla, me despido para proseguir mi camino cargado de la
energía única que solo existe y se encuentra en los conventos.
Tras una breve visita al viejo San Juan donde uno se puede confundir y creer
que se ha trasportado súbitamente a Jerez o Sevilla, regreso a puerto. Tengo
que ocuparme del problema del barco de apoyo y de la reparación a fondo de
la NUMANCIA que se tiene que hacer urgentemente en los
próximos días. Los representantes de Bombardier que también han estado en el
recibimiento, me van a ayudar.
En el puerto, Fernando me confirma con toda seguridad que efectivamente, el
barco no tiene la autonomía que nos aseguraron sus propietarios cuando se
contrató. Tampoco tiene el seguro en regla ni funciona correctamente el
radar. Hay que dejar este barco inmediatamente y localizar otro con
urgencia. Y hay otro problema muy grave; Chus tiene que regresar a España
cuanto antes. Está contratado por mí hasta mediados de mes que es cuando se
calculaba la llegada al sur de Florida. Si no logro localizar un barco
rápidamente, no se puede quedar porque ha empezado la temporada y tiene que
atender su taller en Ibiza. Y navegar sin tener a mi buen amigo y mecánico
cerca, supone un riesgo altísimo. Sobre todo ahora que mi pequeña
embarcación está tan fatigada. Para colmo de problemas, María sufre de una
fuerte migraña y tiene que guardar cama, lo que me preocupa mucho. También
he de ocuparme de conseguir todas las piezas de recambio para reparar bien
la NUMANCIA y asegurar que va a poder llegar a Florida sin
fallar constantemente como ha venido sucediendo las ultimas jornadas de
navegación (debido a la paliza que lleva encima..) Por si todo esto fuera
poco, a última hora de la noche, me telefonean desde mi casa de Madrid para
comunicarme que mi hermano Jaime ha sido hospitalizado. Me siento
preocupado y triste por este cúmulo de problemas. La situación es otra vez
difícil. Límite..
Antes de acostarme, veo en el telediario mi llegada a San Juan frente al
convento con las banderas españolas. El comentarista resalta el pequeño
tamaño de la embarcación en la que he logrado llegar desde el corazón del
mar Mediterráneo. Me hace ilusión ver las imágenes. Sin embargo pienso en
la trastienda de la expedición. La gran angustia que siento. La infinidad de
problemas que se presentan diariamente... Si supiera la gente lo difícil
que es poder hacer realidad esa breve imagen.. Vosotros lo sabéis...
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